Buena comunicación telefónica
Se trate de una conversación familiar, de hacer un reclamo o de hablar con un desconocido por trabajo, hay ciertas formas de conseguir que la comunicación fluya adecuadamente, dejando una buena impresión de su persona y logrando el objetivo de transmitir lo que desea y recibir una respuesta positiva. Para que funcione, nunca olvide que la comunicación requiere de más de una persona, y que cuanto mayor sea su consideración por el otro, mejor funcionará este intercambio.
Aquí hay algunas breves pautas a tomar en cuenta:
Sonría. La sonrisa se escucha por teléfono. Haga la voz más cálida y más simpática.
Articule. No fume ni mastique chicle. Eso perjudica su locución, y hay ruidos inoportunos que llegan al oído del otro.
Hable lentamente. El teléfono no es un equipo de Alta Fidelidad. Dése todas las oportunidades para hacerse comprender, sin exagerar hasta provocar exasperación en su oyente.
Escuche. Cuando el otro habla, hágale saber que lo escucha (diga: ‘sí’, ‘ya veo’, ‘entiendo’ etc.)
Anote. Eso le permitirá fijar mejor las ideas, y le evita hacer repetir (cosa siempre irritante para el otro).
Utilice las fórmulas de cortesía. Introducen ‘flexibilidad’ en la conversación y mejoran el contacto humano. No las diga demasiado rápidamente.
Haga preguntas. La conversación le parece al otro menos larga si es él quien habla. Cuando contesta, se siente valorado y seguro.
No interrumpa. Cuando dos personas intentan decir algo a un mismo tiempo, impiden que fluya la conversación y finalmente se quedan sólo con lo propio. Déle tiempo al otro para expresarse.
Use la alternativa. Es más difícil decir ‘ni lo uno ni lo otro’ que decir ‘no’ dos veces
seguidas. (Por ej.: "¿Prefiere esto o lo otro?")
Llame al otro por su nombre. Eso también mantiene su atención y lo complace.
La comunicación verbal es aumentada por la comunicación visual; la forma en que nos movemos y gesticulamos dice tanto como nuestras palabras. En el teléfono, alguien con dificultades para hablar se encuentra reducido a su medio mas débil.
Algunas personas con este impedimento sufren con su problema al teléfono y prefieren no utilizarlo. Si este es el caso con alguien que usted conoce, trate de comunicarse lo menos posible con el/ella por este medio. Si un empleado tiene esta clase de dificultades, tómelo con seriedad; usted podrá encontrar la forma de facilitar la comunicación. Pero, nuevamente, no asuma. Mucha gente con estos impedimentos disfruta igualmente hablar e interactuar, incluso a través del teléfono. De hecho, muchos buscan activamente carreras y pasatiempos que requieren una extensa comunicación verbal. Esto depende, como en todo, del carácter de cada persona.
Saber escuchar
Uno de los mejores regalos que podemos dar a otro ser humano es nuestra presencia incondicional. Para hacerlo bien, debemos poder ser receptivos, sin prejuicios o expectativas, poniendo a un lado nuestras propias necesidades o preocupaciones y quedando verdaderamente disponibles en forma amorosa y cálida. Vivimos hoy en una cultura que nos enseña y premia exactamente lo contrario: ser reactivos, defensivos, egoístas y autoreferentes. Como resultado, mucha gente escucha con pasividad y poco interés. También nos ha enseñado esta cultura a vivir distraídos, distantes de la conexión íntima con los demás.
Si bien hoy como nunca podemos comunicarnos rápida y eficazmente con personas de todo el mundo, esto no sustituye la presencia humana incondicional que mencionábamos. Entonces ¿podremos aprender a estar totalmente presentes con y para los demás?
Podemos hacerlo aprendiendo a escuchar de verdad, con atención, concentración y apertura a lo que el otro quiere decir. Cuando lo hacemos, estamos totalmente disponibles y presentes para el otro. No tenemos nociones preconcebidas sobre lo que le está ocurriendo a la otra persona. Nos acercamos con frescura, abriéndonos a lo que quieran trasmitirnos. No estamos ocupados en la forma en que refutaremos lo que nos dicen, o buscando el paralelo con nuestras propias experiencias, esperando el momento de interrumpir para decir lo nuestro. No tenemos necesidad de defendernos o mostrar que somos brillantes, profundos o ingeniosos. Tenemos, por el contrario, el deseo ardiente de entregar a la otra persona todo de nosotros, sin pedir nada a cambio. Esto permitirá a los demás abrirse, confiar, y mejorará enormemente la relación. Nos permitirá conocer mejor aún a quienes creemos conocer al dedillo, y la respuesta del resto también será más abierta y receptiva a nuestras propias cosas. Muchas veces las relaciones desgastadas se rompen en pro de una nueva, en la cual lo que mejor funciona es la forma en que las dos personas se escuchan e interesan en el otro.
El punto básico está en intentar comprender antes de buscar ser comprendidos. Entreguemos a los demás el hermoso regalo de nuestra presencia incondicional. Haciéndolo, crearemos la oportunidad de alcanzar una mayor profundidad en la intimidad y conexión en cualquier relación en que lo apliquemos.